martes, 17 de marzo de 2009

¡LA ORIENTACIÓN COMO CARRERA PROFESIONAL

¡LA ORIENTACIÓN ES UNA RED!

CLAUDIO MONGE PEREIRA

Durante muchos años tuve contacto y relación con profesionales en Orientación, esa disciplina que para muchos no es ni psicología ni pedagogía, sino más bien un espacio o encuentro para desahogos momentáneos.

Fui testigo de que las personas profesionales en esa disciplina, con las cuales trabajé por años, se limitaban a ser el paño de lágrimas de todo estudiante que anduviera bajo de pilas. Y en la mayoría de los casos, esos y esas colegas eran simples acatadores de burdas órdenes emanadas de direcciones mediocres o superficiales. Por ejemplo: revisar uniformes, uñas largas o pintadas, pantorrillas expuestas o no, cuidar grupos ajenos, vigilara exámenes, llevar circulares y otras superficialidades por el estilo.

Muchas veces me preguntaba si para esas magras funciones habría que estudiar, porque a uno de los guardas del colegio donde yo laboraba, también le pedían que hiciera alguna de esas funciones. Era muy difícil creer y aceptar que personas “estudiadas” como dicen, aceptaran sin ningún cuestionamiento fungir como simples ujieres de hotel. No entendía cómo ellos y ellas no mandaban al Director o Directora a freír churros.

Me remontaba a mis años colegiales y simplemente no recordaba nada diferente de lo que ahora experimentaba como docente. Sólo hubo una excepción en esos años, y era que una de las Orientadoras que tuve sentía compasión por mí. Nunca escudriñaron las causas de mi juvenil rebeldía. Nunca le preguntaron a mi profesora de castellano y literatura por qué denigraba mis escritos por el tema seleccionado; aunque alabara “la habilidad que usted tiene para escribir”.

Escogí con los años el camino de la Pedagogía, y lo hice plenamente enamorado, sabiendo lo que buscaba. Mi primera meta era llegar a ser un profesor diferente a la gran mayoría que yo había sufrido como estudiante. Ya eso era algo para iniciar una carrera profesional. Tenía parámetros y modelos rechazables, y de ahí en adelante, un mundo para redescubrir y construir paradigmas novedosos.

Quisieron mi destino y mi formación que ejerciera la docencia en la Universidad más prestigiosa de Costa Rica, y en la Facultad que entre otras disciplinas profesionales, forma a las y los futuros Orientadores. Ahí comencé a comprender un poco por qué aquellas personas Orientadoras que describí en uno de los párrafos anteriores, actuaban así y aceptaban esos tristes papeles de gendarme. No me referiré en esta breve reflexión a este asunto palpable en los formadores de Orientadores. Sólo contaré una anécdota verídica. Una vez me buscó un estudiante de esa carrera para solicitar mi intervención en el siguiente asunto. Él, como muchos otros, no había alcanzado cupo en unos de esos cursos requisito, indispensables para poder continuar con el Plan de Estudio. Eso le significaría atrasarse un año entero en su carrera. Y ya su familia le exigía que se incorporara al mercado laboral. Ese estudiante tenía más derecho que otros por el alto nivel que ya cursaba, y como ahora en las Universidades el trato es deshumanizado y se le asigna a las máquinas la solución de esos problemas, pues el estudiante sale perdiendo porque la máquina siempre será burra.

Bajé al piso inferior y busqué al profesor porque lo creía mi amigo y colega; trabajábamos en una facultad “interdisciplinaria”. Lo hice para humanizarle el problema del estudiante rechazado, para explicarle su situación y para demostrarle que él se encontraba en la cola desde mucho antes que otros. Me dije, este colega es Orientador y me comprenderá; se enternecerá cuando me escuche y conozca algo de la vida dura de ese estudiante. Yo siempre he afirmado que los estudiantes son nuestra única razón de ser. El colega me miró como quien mira a un tonto, y con la siguiente frase lapidaria me sentenció: “¡Mirá (y dijo mi nombre)…al estudiante hay que aplastarlo como a una cucaracha. No se le puede dar pelota. Debe pasar por eso para que aprenda!” Algo más iba a agregar pero yo di media vuelta y salí de su oficina. ¿Aprender qué?

No desamparé al estudiante: con él organizamos una lucha legal y reglamentista y la Vicerrectoría respectiva cedió más presupuesto de su buchaca para abrir dos grupos más. Aquel estudiante, hoy profesional de la Orientación, donde quiera que me ve se dirige a mí en términos nobles y amorosos. Aquí presento otro enunciado: aquel profesional de las ciencias sociales que ejerce la docencia o la Orientación y que asegure que no lo hace para que lo amen, está desubicado. Esta es la máxima: ejercer la profesión de tal manera que las personas que sean nuestros sujetos de quehacer nos amen. Así de simple. Trabajar…ejercer para que nos amen.

Pasaron muchos años y cerré mi vida activa docente en la Sede de la UCR en Guápiles, precisamente con estudiantes de la carrera de Orientación. Ese fue el mejor cierre profesional: soñado, idílico, sustancioso. Fue la mejor experiencia para clausurar una carrera dedicada a la Pedagogía. Quise vivir con ese grupo, es decir, con este GRUPO CON MAYÚSCULA, una jornada inolvidable. Mi meta esencial fue que este grupo maravilloso se enamorara perdidamente de su profesión a través del enamoramiento que yo ejerciera con la mía. Y ejercitamos esta tercera máxima pedagógica: ¡Nadie enciende una lámpara para esconderla debajo de la cama! à ¡Gracias Padre Celestial…gracias Maestro Verdadero!

Luego nos adentramos en esta cuarta operación: Nadie cambia a nadie si antes no hemos sufrido nuestra propia transformación interna. Es decir, ¡ recuerdan muchachas…recordás Jefrey!, nadie orienta a nadie, todos nos orientamos en conjunto mediatizados por las circunstancias. Ser o no Ser. Desterrar de nuestro código ético – pedagógico al Cura Gatica: ¡Aquel que predica pero no practica!

Y fue muy bello ser copartícipe de ese entusiasmo que se desató en la mayoría; ese entusiasmo que significa literalmente, LLEVAR UN DIOS POR DENTRO. Y lo más importante: ¡DEJARLO SALIR A LA VIDA…DESCRUCIFICARLO PARA QUE VIVAMOS LA TRANSFORMACIÓN.

Todas y todos comprendimos que sí hay una Misión en esto de querer ser ORIENTADORES y ORIENTADORAS: trabajar y luchar para que el mundo sea más bello, para reconquistarlo y humanizarlo; para mirarlo de una manera diferente y bailar una nueva danza para vitalizarlo y vitalizarnos.

Para cerrar el encuentro desciframos el siguiente axioma: lograr que el Rey filósofo se baje de su trono y comience a ejercer como un Molde maleable. Y lo mejor de lo mejor: lograr que la Arcilla maleable se eleve a la categoría de Discípulo filósofo. ¡Qué maravilla! El Orientador trabajando y luchando desde la base misma, susceptible al cambio y a la transformación; hambriento de aprendizaje en la relación con los demás y poderoso educador para todos. Y el Estudiante, resucitado de su ínfima categoría de barro moldeable, para elevarse a la categoría de Rey pensador; es decir, de aquella persona que debe ser nuestra máxima razón de ser.

Entonces ya nadie le dirá más a una o a un profesional Orientador que vaya a revisar uñas y uniformes; o que vaya a recoger firmas en una circular. Eso habrá muerto como una vieja vaca sagrada.
Recuerdan colegas: ¡Ser como el árbol de chonta allá en Talamanca la indomable! Si otras cosas más voluminosas le tapan su luz…él se desplaza alargando sus raíces. Sabe que el resultado será siempre la conquista de la Luz. ¡Siempre!

San Isidro de Heredia.

LA EDUCACIÓN COMO ACTO DE AMOR

La educación: un acto de amor

Claudio Monge Pereira

Nos hizo comprender, el preclaro Maestro costarricense don Omar Dengo, que economizar en educación es lo mismo que despilfarrar en ignorancia; razones de economía no justificarían tal comportamiento a quienes ejerciendo el poder, le negaran al pueblo el derecho a una educación digna desde la más temprana edad. Hace más de medio siglo que estas aseveraciones fueron planteadas, y es innegable que hemos podido avanzar en gran medida durante ese tiempo; forjando uno de los sistemas educativos más consolidados del hemisferio. Su cobertura y expansión permanente son dos de los elementos que lo caracterizan y nos obligan a vigilar con recelo, la formación de los profesionales del Magisterio Nacional. Es aquí, donde nuestra Escuela de Formación Docente, entra a jugar un papel fundamental de la mano con las otras instancias hermanas de la Educación Superior. Por ello es sumamente importante que hoy estemos reunidos aquí, en este Auditorio de Profesores Eméritos de la Facultad de Educación más antigua del país, para compartir y deliberar acerca de las necesidades, los retos y los desafíos, de la población menor de cinco años.
En el nivel discursivo aceptamos que todos los ciudadanos de este país tenemos derechos, y que las instituciones del Estado están llamadas a salvaguardarlos y fortalecerlos cotidianamente. No obstante, cuando se trata de la población infantil, no siempre esto se cumple.
Cada día son más y más, los niños y las niñas que deambulan por las calles de nuestro país desarrollando trabajitos ocasionales o simplemente pidiendo limosna. Prácticamente ya no existe una sola esquina, calle o parque, donde no se vea a menores de edad estirando la mano para pedir o para ofrecer un lapicero o un chicle por cien colones. Y esto duele, porque mientras algunos se dedican a saquear las arcas de los bancos estatales o de las instituciones de bienestar social, este ejército crece como una muchedumbre silenciosa que le pasará la factura a la sociedad costarricense con creces. Porque aquellos seres humanos que vivieron y crecieron en ambientes deficitarios, desarrollarán heridas difíciles de curar. Y si se curan, sus cicatrices siempre serán una bomba de tiempo, susceptible para explotar al mínimo desaire.
Aseguraba José Martí, el de Nuestra América, que la instrucción tiene su relación directa con el conocimiento, y que la educación por el contrario, establece su vínculo con los sentimientos. Pareciera que los modelos positivistas que se han pretendido implementar en nuestro país en los últimos tiempos, han intentado fortalecer una tendencia hacia el academicismo y el memorismo libresco, con lo cual se ha debilitado en gran medida la formación humanística de nuestros estudiantes. Esa tendencia enfermiza hacia la realización de pruebas cognoscitivas permanentes, ha dejado de lado la reflexión acerca de los derechos inalienables de los seres humanos. Se ha dejado de hablar del derecho a la ternura, del derecho a la felicidad, del derecho al abrazo, del derecho a la palabra encantada y encantadora, del derecho al entusiasmo, del derecho a la esperanza; en suma, del derecho a las utopías. Ese reglamentismo, obtuso y cuadrado, nos ha llevado a erigirle al verbo prohibir un pedestal en las aulas nacionales..
No hace mucho tiempo, que desde el estado mismo, se intentó negar el carácter científico de la formación inicial mediante la universalización de los llamados “Hogares Comunitarios”. Gracias a la lucha de las Universidades Estatales, se comprendió que no se debe confundir un servicio comunitario, innegablemente útil, con la formación inicial científica de las niñas y los niños menores de cinco años. El haber demostrado que esta debe recaer en el ámbito de la acción de profesionales debidamente capacitados y preparados para ello, en el plano académico y en la esfera ético - moral, constituye un logro muy importante para nuestra población; entre otras cosas porque rompe con el esquema de que los pequeños y las pequeñas de las zonas urbanos – marginales deben permanecer con madres temporales en cuartos de tres por tres; mientras los de mejores recursos económicos lo hacen con profesionales altamente capacitadas por las universidades y en espacios propicios para el deleite, el bienestar y la felicidad.
Aseguraba el propio Martí, que tan detestable es un pueblo que subyuga a otro pueblo, como aquel que es esclavo de sí mismo. Por lo tanto, me permito decir, que el trabajo que hoy se desarrollará aquí, es un eslabón muy importante en la cadena de acciones tendientes a dignificar la vida de nuestra infancia. Sus derechos, más que discursos y ponencias, se vivencian en la práctica permanente de la construcción social y la lucha por establecer una sociedad justa y digna, en la que la palabra mercado deje de ser la razón del desarrollo; y por el contrario, se practiquen la solidaridad, la cooperación y el amor.
La educación es un acto ineludible de amor, y en ese acto estamos involucrados los estudiantes, la familia y los educadores. Es un proceso integral, dentro del cual, el amor es la levadura que le permitirá crecer sin complejos a todos los Seres Humanos. Aquí el amor es la clave o la llave que permite abrir las puertas, no sólo del conocimiento y del saber, sino también de la liberación mental y espiritual; de la justicia económica y social, de la participación política decente, de la solidaridad y la paz; de la defensa a ultranza del Universo incluida la Madre Tierra; de la tolerancia, el respeto hacia las diferencias y la colectivización de las soluciones a los problemas de las mayorías explotadas de la Sociedad que habitamos.
La educación, se ha dicho y se ha escrito, es un arma; pero debe acotarse que en manos de mediocres y de arribistas casuales, es un arma peligrosa. Por ello, es preferible reafirmar como lo señalaran insignes educadores y educadoras del calibre de don Omar Dengo, Carmen Lyra, Luisa González, Talía Rojas, Carlos Monge Alfaro, Joaquín García Monge, o Paulo Freire, que la educación es un instrumento. Y un instrumento nos recuerda una pala o un azadón, un pico o un rastrillo, un martillo o un serrucho, una llave francesa o una inglesa. Un instrumento se utiliza para construir. La Educación es construcción y la construcción es eufórica, es decir, es alegre, dichosa, propositiva, asertiva, creativa, entusiasta y amorosa. La Educación es un Poder, y el poder concebido y aplicado con justicia social y moral, es la esencia que debe alimentar a las educadoras y a los educadores. Este es el eje espiral a través del cual gira, desde la base hasta la cima, la consecución de una Patria dignamente pacífica y educadora; capaz de ofrecerle a la Humanidad Seres Humanos honrados, trabajadores, optimistas y eufóricos.
No existe Educación neutral, por ello no hay Escuelas ni aulas neutrales. Lo anterior nos indica que tampoco el Magisterio pueda serlo, y estas aseveraciones nos conducen a reafirmar que la Pedagogía debe tomar partido a favor de aquellas propuestas que la humanicen y la propongan como una guía para la formación de ciudadanos constructores de espacios democráticos en permanente perfección.

Propongo la Pedagogía del Amor y del Entusiasmo como la alternativa posible y probable para la transformación educativa de nuestra Sociedad. En ella siempre estará primero el Ser Humano, es decir, la Humanidad creada a imagen y semejanza de Dios. Esta Pedagogía es valerosa y eufórica, desata al Dios que todos llevamos adentro y lo deja transitar por los caminos de la Educación, sea esta formal o informal, a nivel de hecho o de propósito. En ella los educadores y las educadoras son poetas verdaderos, o sea, auténticos ingenieros del Alma y de la Mente. Reconocen que alrededor sólo tienen el desierto y toman la decisión consciente de atravesarlo, porque ya saben que solamente lo atraviesan quienes ya son libres y que el resultado es, la liberación de todas las cadenas que impiden el florecimiento de un Reino de Amor y de Justicia.

Afirmaba el gran educador ucraniano, Vasili Sujomlinski, que su corazón era para los estudiantes. En la Pedagogía que proponemos, debemos declarar que nuestro corazón es para la Humanidad Estudiantil, para la Familia, para la Comunidad, y para una Patria en la que los remordimientos de consciencia no sean el pan nuestro de cada día. Una sociedad justa y noble: ¡Orgullosa por haber conquistado la dicha a través del esfuerzo colectivo!

San Isidro de Heredia.

EL RELOJERO DEL SUR

EL RELOJERO DEL SUR

CLAUDIO MONGE PEREIRA


De la manera tan natural que papá aceptaba el fin de las cosas y de los procesos, un buen día aceptó que ya sus años y sus crujidos no le permitían continuar siendo zapatero, por eso, ordenadamente guardó sus viejas y originales herramientas después de limpiarlas. Papá las limpiaba cada día después de su jornada, pero esta vez yo percibí algo más en sus ojos y en sus movimientos: en verdad las acariciaba como sólo se hace ante las despedidas definitivas.

Recuerdo cuando él me contó cómo las adquirió. Yo era aún escolar y amaba mirarlo desatando sus destrezas con ellas. Para mí él jugaba y se divertía haciendo maravillas con el cuero. Papá no deseó que nosotros fuésemos zapateros, pero cuando uno lo miraba trabajando notaba el amor que ponía en su labor. Él quiso que fuéramos profesionales y por ello sólo manipulábamos las herramientas cuando salía a su recreo cotidiano al billar de la Cañada, o al negocio de su amigo de juventud Paúl; allá al costado Norte del Mercado Central…casi llegando a la esquina NE.

Habrá mucho qué escribir acerca de lo que significó la zapatería de papá para nuestras vidas, y esa tarea me la prometo para uno de estos días, cuando ya ese oficio casi fue desaparecido por el gran capital y el mercado; avasalladores de toda dignidad humana.

Lo cierto es que mi viejo empacó sus herramientas y las guardó en un cajón que él mismo manufacturó, porque además papá le hacía a casi todos los oficios artesanales: ebanistería, carpintería, fontanería, electricidad, albañilería, pintor de brocha gorda y todo oficio útil para la vida de la sociedad. En nuestra casa si que jamás se necesitó un marido de alquiler: cuando “maguiver” apenitas iba, ya mi viejo venía de regreso. Andaba ya por los setenta años y aquellos martillazos sobre la vieja pata alemana de hierro, le estremecían su noble corazón y le maltrataban probablemente los muslos que otrora fueran vigorosos. Desde sus catorce años había sido zapatero. Atrás quedaban 56 años de oficio ejercido con nobleza y honestidad para los demás. Durante más de medio siglo reparó con amor lo que otros destrozaron. En ese tiempo, entre martillazo y cuchillo curvo sobre las suelas, nacimos sus once hijos.

Al día siguiente papá salió temprano de casa y regresó hacia el medio día cargando una bolsa de manigueta; aquellas bellas bolsas amigables con el medio ambiente y con nuestro estómago. Pero en esa ocasión papá no sacó tosteles ni maní ni nada de sus mágicos fondos. No sacó nada y sólo la guardó. Por la tarde dispuso sus herramientas caseras de hacedor y construyó una mesita muy corronga, toda bonita ella, pero muy diferente a las mesas que él mismo hacía para su oficio de zapatero: era más alta y tenía una especie de barreritas al frente y a los lados. Se construyó un banco más alto de lo habitual, todo de madera y no como los de zapatería, cuyo asiento era de cuero completo o de cuero en fajas trenzadas como en un pastel. Colocó una bombilla colgando del cielorraso, cuya luz cayera directamente sobre la mesita y no se desperdiciara nada. Además, a un lado, dispuso un estuche de lona caqui amarrado con cordones verde musgo y tres lupas de distinto tamaño. Papá iniciaba así una nueva etapa en su vida…la última batalla de un obrero.

Nuestra casa era pequeña, construida por el INVU cuando esa institución todavía tenía un estatuto de dignidad; era pequeña porque nosotros éramos muchos. Entonces todo se escuchaba de tabique por medio, por eso la noche de ese día, yo oí cómo papá descargaba el misterioso cargamento de la bolsa de manigueta sobre la mesita corronga. Me dormí soñando qué sorpresa tenía mi viejo para la mañana siguiente.

Eran relojes. Muchos relojes de todos los tamaños. Brazaletes de metal y de cuero. Sin brazalete. Color oro y color plata. Caminando y detenidos. Gordos y delgados. Grandes y chiquitos. Redondos, cuadrados y rectangulares. Relojes y más relojes…¡Muchos relojes! Los había comprado “de a puño” en el refuego, allá por la vieja cocacola, donde casi todo era posible.

También tenía lentes y varios monóculos de aluminio y de plástico, pinzas diversas, desarmadores chirrisquitos, unos martillitos de ensueño, alicates de punta, un cuchumbito de aceite y otras corronguras. Siguiendo su acostumbrado estilo de hombre muy ordenado y pulcro, todo lo tenía dispuesto sobre una franela blanca.

Pasó varios días como chiquillo con juguetes nuevos, armando y desarmando relojes, aprendiendo a sostener el monóculo con los músculos de sus párpados y sus cejas. Y se hizo relojero, el relojero del Sur…de los Barrios del Sur quiero decir: la Kennedy, la López Mateos, Paso Ancho, Luna Park, Sagrada Familia, la Quince, Hatillo Uno, la Verbena y hasta del recién fundado Aguantafilo. Ese era mi Viejo ahora. Un relojero a los setenta años y hasta que murió. Aprendió bien su oficio y lo disfrutó, y con él, un nuevo metalenguaje intrínseco a los relojeros del mundo. Y lo hablaba como el campesino desplazado que aprende el lenguaje extranjero de la ciudad; pero sólo al principio, porque luego amplió su vocabulario hasta el grado de ser un habitante más de las esferas del tiempo.

Su fama se extendió por esos barrios y la gente lo buscaba para que les repara sus relojes: papa era ahora un relojero reparador. Y lo hacía muy bien y con pericia. Sus ancestrales hábitos de habitante respetuoso del planeta y del Universo, le permitían ver la utilidad de todas las cosas, por ello era un excelente reparador. Es decir, un magnífico caballero de la Naturaleza y de la Sociedad; o sea, de la Humanidad.

A la par del nombre de Paúl que ya escuchábamos de vez en cuando, comenzamos a escuchar otro que mi Viejo pronunciaba con mucho respeto: don Julio Fernández. Y así, humilde como era, papá dejaba que se viera una especie de orgullo en él cuando decía que venía de la Relojería de don Julio Fernández. Don Julio me dijo. Don Julio dijo. Don Julio me recomendó. Esta revista me la dio don Julio. Don Julio Fernández ya era como un habitante más de nuestro reducido mundo de familia de la clase trabajadora.

Al tiempo papá vendía relojes nuevos a pagos y yo sentía que mi Viejito progresaba aún a esa edad. Ya casi se arrimaba a los ochenta. Nunca le pregunté cómo hizo para prosperar porque él siempre fue revolucionario, de los que miran sólo para arriba y hacia adelante. Lo cierto es que hasta se compró un carro nuevo a medias con uno de sus yernos y viajaron a Panamá varias veces a comprar mercadería. Un día se cansó y le dejó el negocio a mi cuñado. Poco después murió, después de pronunciar mi nombre y decirle a mamá: “¡Dora…yo creo que hasta aquí!” Le agarró la mano a mamá, se la besó, cerró sus ojos negros y se fue.

Hoy me senté a escribir estas notas como quien no quiere la cosa, motivado por un mensaje de correo electrónico, firmado por doña Flora Fernández. Ella me envía una copia de la entrevista que le hizo un periodista de la Nazi, en la cual describe parte de su Historia Familiar. Desde que nos juntamos a soñar que podemos derrotar al neoliberalismo salvaje y seco, recibo muchos mensajes por ese medio. Muchos son de doña Flora, a quien no tengo el honor de conocer. La he leído muchas veces y reenvío sus atinados mensajes a mis amigos y familiares. La he leído como hoy, sólo que hoy fue diferente, porque hizo que este Corazón que sigue clamando No a la venta de mi Patria, hiciera puchitos de sollozos al recordarme a mi Viejo. Me imaginaba al abuelo de doña Flora allá por la iglesia de la Soledad y miraba otra vez a mi Viejo con su bolsa de manigueta repleta de cuerpecitos de tiempo y de esperanzas. Llenita de sueños como a él le gustaba. Sólo que don Julio abuelo apenas comenzaba a vivir y mi padre ya iniciaba su regreso al Mundo de la Justicia.

¡Gracias doña Flora Fernández! Ahora estoy seguro de que su padre y el mío fueron amigos. Ahora tengo la certeza, después de saborear su entrevista, que don Julio Fernández le tendió su mano solidaria y noble a mi papá; a mi amado Viejo…al Relojero del Sur.


San Isidro de Heredia, 7 de junio de 2008-06-07
Casa MONHER.