martes, 17 de marzo de 2009

LA EDUCACIÓN COMO ACTO DE AMOR

La educación: un acto de amor

Claudio Monge Pereira

Nos hizo comprender, el preclaro Maestro costarricense don Omar Dengo, que economizar en educación es lo mismo que despilfarrar en ignorancia; razones de economía no justificarían tal comportamiento a quienes ejerciendo el poder, le negaran al pueblo el derecho a una educación digna desde la más temprana edad. Hace más de medio siglo que estas aseveraciones fueron planteadas, y es innegable que hemos podido avanzar en gran medida durante ese tiempo; forjando uno de los sistemas educativos más consolidados del hemisferio. Su cobertura y expansión permanente son dos de los elementos que lo caracterizan y nos obligan a vigilar con recelo, la formación de los profesionales del Magisterio Nacional. Es aquí, donde nuestra Escuela de Formación Docente, entra a jugar un papel fundamental de la mano con las otras instancias hermanas de la Educación Superior. Por ello es sumamente importante que hoy estemos reunidos aquí, en este Auditorio de Profesores Eméritos de la Facultad de Educación más antigua del país, para compartir y deliberar acerca de las necesidades, los retos y los desafíos, de la población menor de cinco años.
En el nivel discursivo aceptamos que todos los ciudadanos de este país tenemos derechos, y que las instituciones del Estado están llamadas a salvaguardarlos y fortalecerlos cotidianamente. No obstante, cuando se trata de la población infantil, no siempre esto se cumple.
Cada día son más y más, los niños y las niñas que deambulan por las calles de nuestro país desarrollando trabajitos ocasionales o simplemente pidiendo limosna. Prácticamente ya no existe una sola esquina, calle o parque, donde no se vea a menores de edad estirando la mano para pedir o para ofrecer un lapicero o un chicle por cien colones. Y esto duele, porque mientras algunos se dedican a saquear las arcas de los bancos estatales o de las instituciones de bienestar social, este ejército crece como una muchedumbre silenciosa que le pasará la factura a la sociedad costarricense con creces. Porque aquellos seres humanos que vivieron y crecieron en ambientes deficitarios, desarrollarán heridas difíciles de curar. Y si se curan, sus cicatrices siempre serán una bomba de tiempo, susceptible para explotar al mínimo desaire.
Aseguraba José Martí, el de Nuestra América, que la instrucción tiene su relación directa con el conocimiento, y que la educación por el contrario, establece su vínculo con los sentimientos. Pareciera que los modelos positivistas que se han pretendido implementar en nuestro país en los últimos tiempos, han intentado fortalecer una tendencia hacia el academicismo y el memorismo libresco, con lo cual se ha debilitado en gran medida la formación humanística de nuestros estudiantes. Esa tendencia enfermiza hacia la realización de pruebas cognoscitivas permanentes, ha dejado de lado la reflexión acerca de los derechos inalienables de los seres humanos. Se ha dejado de hablar del derecho a la ternura, del derecho a la felicidad, del derecho al abrazo, del derecho a la palabra encantada y encantadora, del derecho al entusiasmo, del derecho a la esperanza; en suma, del derecho a las utopías. Ese reglamentismo, obtuso y cuadrado, nos ha llevado a erigirle al verbo prohibir un pedestal en las aulas nacionales..
No hace mucho tiempo, que desde el estado mismo, se intentó negar el carácter científico de la formación inicial mediante la universalización de los llamados “Hogares Comunitarios”. Gracias a la lucha de las Universidades Estatales, se comprendió que no se debe confundir un servicio comunitario, innegablemente útil, con la formación inicial científica de las niñas y los niños menores de cinco años. El haber demostrado que esta debe recaer en el ámbito de la acción de profesionales debidamente capacitados y preparados para ello, en el plano académico y en la esfera ético - moral, constituye un logro muy importante para nuestra población; entre otras cosas porque rompe con el esquema de que los pequeños y las pequeñas de las zonas urbanos – marginales deben permanecer con madres temporales en cuartos de tres por tres; mientras los de mejores recursos económicos lo hacen con profesionales altamente capacitadas por las universidades y en espacios propicios para el deleite, el bienestar y la felicidad.
Aseguraba el propio Martí, que tan detestable es un pueblo que subyuga a otro pueblo, como aquel que es esclavo de sí mismo. Por lo tanto, me permito decir, que el trabajo que hoy se desarrollará aquí, es un eslabón muy importante en la cadena de acciones tendientes a dignificar la vida de nuestra infancia. Sus derechos, más que discursos y ponencias, se vivencian en la práctica permanente de la construcción social y la lucha por establecer una sociedad justa y digna, en la que la palabra mercado deje de ser la razón del desarrollo; y por el contrario, se practiquen la solidaridad, la cooperación y el amor.
La educación es un acto ineludible de amor, y en ese acto estamos involucrados los estudiantes, la familia y los educadores. Es un proceso integral, dentro del cual, el amor es la levadura que le permitirá crecer sin complejos a todos los Seres Humanos. Aquí el amor es la clave o la llave que permite abrir las puertas, no sólo del conocimiento y del saber, sino también de la liberación mental y espiritual; de la justicia económica y social, de la participación política decente, de la solidaridad y la paz; de la defensa a ultranza del Universo incluida la Madre Tierra; de la tolerancia, el respeto hacia las diferencias y la colectivización de las soluciones a los problemas de las mayorías explotadas de la Sociedad que habitamos.
La educación, se ha dicho y se ha escrito, es un arma; pero debe acotarse que en manos de mediocres y de arribistas casuales, es un arma peligrosa. Por ello, es preferible reafirmar como lo señalaran insignes educadores y educadoras del calibre de don Omar Dengo, Carmen Lyra, Luisa González, Talía Rojas, Carlos Monge Alfaro, Joaquín García Monge, o Paulo Freire, que la educación es un instrumento. Y un instrumento nos recuerda una pala o un azadón, un pico o un rastrillo, un martillo o un serrucho, una llave francesa o una inglesa. Un instrumento se utiliza para construir. La Educación es construcción y la construcción es eufórica, es decir, es alegre, dichosa, propositiva, asertiva, creativa, entusiasta y amorosa. La Educación es un Poder, y el poder concebido y aplicado con justicia social y moral, es la esencia que debe alimentar a las educadoras y a los educadores. Este es el eje espiral a través del cual gira, desde la base hasta la cima, la consecución de una Patria dignamente pacífica y educadora; capaz de ofrecerle a la Humanidad Seres Humanos honrados, trabajadores, optimistas y eufóricos.
No existe Educación neutral, por ello no hay Escuelas ni aulas neutrales. Lo anterior nos indica que tampoco el Magisterio pueda serlo, y estas aseveraciones nos conducen a reafirmar que la Pedagogía debe tomar partido a favor de aquellas propuestas que la humanicen y la propongan como una guía para la formación de ciudadanos constructores de espacios democráticos en permanente perfección.

Propongo la Pedagogía del Amor y del Entusiasmo como la alternativa posible y probable para la transformación educativa de nuestra Sociedad. En ella siempre estará primero el Ser Humano, es decir, la Humanidad creada a imagen y semejanza de Dios. Esta Pedagogía es valerosa y eufórica, desata al Dios que todos llevamos adentro y lo deja transitar por los caminos de la Educación, sea esta formal o informal, a nivel de hecho o de propósito. En ella los educadores y las educadoras son poetas verdaderos, o sea, auténticos ingenieros del Alma y de la Mente. Reconocen que alrededor sólo tienen el desierto y toman la decisión consciente de atravesarlo, porque ya saben que solamente lo atraviesan quienes ya son libres y que el resultado es, la liberación de todas las cadenas que impiden el florecimiento de un Reino de Amor y de Justicia.

Afirmaba el gran educador ucraniano, Vasili Sujomlinski, que su corazón era para los estudiantes. En la Pedagogía que proponemos, debemos declarar que nuestro corazón es para la Humanidad Estudiantil, para la Familia, para la Comunidad, y para una Patria en la que los remordimientos de consciencia no sean el pan nuestro de cada día. Una sociedad justa y noble: ¡Orgullosa por haber conquistado la dicha a través del esfuerzo colectivo!

San Isidro de Heredia.

No hay comentarios: