Festival de Educación Secundaria
Claudio Monge Pereira
Claudio Monge Pereira
Muy raras veces nos detenemos a reflexionar el significado de los vocablos que utilizamos por medio del lenguaje cotidiano. Por lo general sentimos que ellos son parte de nuestro ser y hacer, y por ello frecuentemente los tratamos con indiferencia. Pero cuando por placer o por simple ejercicio lingüístico hacemos un alto y queremos ser eco del sonido, el tono y el mensaje de las palabras, comprendemos que ellas debieran ser lo que los hechos y las actividades quieren ser.
Un Festival es una parada en el mundo de la alegría y del placer; es un acercamiento sin norma ni regla, a una serie de actos que conforman juntos una necesaria construcción de muchos espacios abiertos para el deleite y la felicidad. Un Festival es una festividad, es decir, es una fiesta en que se manifiestan no sólo el ineludible placer por lo lúdico, sino también el deseo por hacer de las cosas una inevitable travesía por el mundo de la celebración.
Este es uno de esos momentos especiales en que juntos nos detenemos a paladear lo que hacemos, o lo que los demás hacen para nuestro placer. Miramos aquello que nos agrada con los ojos del alma y de los sentimientos, porque ello necesariamente es una condición para que el aprendizaje sea significativo y real. Hoy, aun los más recalcitrantes enciclopedistas, aceptan la enorme verdad de las inteligencias múltiples y de la inteligencia emocional; y aunque estos conceptos y teorías ya eran aceptados por el Hombre Primitivo con su aprender haciendo y su flexibilidad pedagógica, a los Seres Humanos de la posmodernidad, no les queda más opción que practicarlo. Y esto arrastra tras de sí una grata realidad: que la enseñanza y el aprendizaje deben ser necesariamente emocionantes. Hace muy pocos años, esta concepción pedagógica estuvo a punto de irse al traste por la violenta intromisión en el sistema educativo de los tecnócratas instructólogos, con toda su batería de aparatos y aparatejos; dizque para tornar la educación más científica; como si la ciencia fuera una camisa de fuerza que nos ata a un solo camino. Y la ciencia nos demuestra, desde la primera de sus creaciones, - el lenguaje -, que la alegría y la emoción son sus dos alas más seguras. Aquellos que construyen o proponen sin el debido entusiasmo, no serán huellas de la historia; sólo serán hacedores de ocurrencias para un mundo asentado en la metodología de la repetición sin sentido y sin asidero dialéctico.
Este Festival debe ser eso que señalamos: un espacio para la festividad; y a las fiestas asistimos con alegría, placer y entusiasmo, sino nuestra presencia en esos espacios no tendría ningún sentido útil. Nadie va a una fiesta a llorar de tristeza o a promover la discordia. Todos vamos con amor y deseos de dar y recibir alegría. Esto es lo que pretenden hoy todos los responsables de este bello proyecto de la Escuela de Formación Docente, a través de su Departamento de Educación Secundaria.
En griego, la palabra entusiasmo significa llevar un Dios por dentro, y de cierto, todos lo llevamos. Y debemos aprovechar estos espacios para liberarlo y dejarlo salir a caminar con alegría por las alamedas de la creatividad; que al fin y al cabo, la creación es la tarea de los dioses. Si esto logramos, la educación es entonces lo que ella debe ser: un acto de amor. De ahí en adelante, tanto alumnos como educadores dejamos de pintar rosas rojas con tallos verdes, y nos atrevemos a colorear el mundo con las tonalidades de los amaneceres y de los atardeceres; única forma de descubrir las estrellas.
En mis años de maestro y de estudioso de la Pedagogía, he llegado a comprender que el más grande de todos los pedagogos de la Humanidad, es el Principito; porque él mejor que ninguno nos hace descubrir cada vez que lo leemos, que los cambios del Universo no significarían nada si nosotros mismos no cambiamos permanentemente. Este es el principal de los retos para todo educador que sienta la necesidad de trascender y de resignificar su mundo.
Hoy aquí, Ustedes están demostrando esto que yo digo, porque una lámina diferente, un poema, un cartel, una diapositiva, una canción, una pantalla alegre y sabia, un collage, una dramatización o una grabación de voz, entre infinidad de probabilidades y posibilidades, sólo son muestras de la inmensidad que los educadores debemos y podemos recorrer para transformar el aula, la escuela, el colegio o la calle del barrio, en un mundo de opciones para la libertad del espíritu y la mente. ¡Muchas gracias a todos!
Un Festival es una parada en el mundo de la alegría y del placer; es un acercamiento sin norma ni regla, a una serie de actos que conforman juntos una necesaria construcción de muchos espacios abiertos para el deleite y la felicidad. Un Festival es una festividad, es decir, es una fiesta en que se manifiestan no sólo el ineludible placer por lo lúdico, sino también el deseo por hacer de las cosas una inevitable travesía por el mundo de la celebración.
Este es uno de esos momentos especiales en que juntos nos detenemos a paladear lo que hacemos, o lo que los demás hacen para nuestro placer. Miramos aquello que nos agrada con los ojos del alma y de los sentimientos, porque ello necesariamente es una condición para que el aprendizaje sea significativo y real. Hoy, aun los más recalcitrantes enciclopedistas, aceptan la enorme verdad de las inteligencias múltiples y de la inteligencia emocional; y aunque estos conceptos y teorías ya eran aceptados por el Hombre Primitivo con su aprender haciendo y su flexibilidad pedagógica, a los Seres Humanos de la posmodernidad, no les queda más opción que practicarlo. Y esto arrastra tras de sí una grata realidad: que la enseñanza y el aprendizaje deben ser necesariamente emocionantes. Hace muy pocos años, esta concepción pedagógica estuvo a punto de irse al traste por la violenta intromisión en el sistema educativo de los tecnócratas instructólogos, con toda su batería de aparatos y aparatejos; dizque para tornar la educación más científica; como si la ciencia fuera una camisa de fuerza que nos ata a un solo camino. Y la ciencia nos demuestra, desde la primera de sus creaciones, - el lenguaje -, que la alegría y la emoción son sus dos alas más seguras. Aquellos que construyen o proponen sin el debido entusiasmo, no serán huellas de la historia; sólo serán hacedores de ocurrencias para un mundo asentado en la metodología de la repetición sin sentido y sin asidero dialéctico.
Este Festival debe ser eso que señalamos: un espacio para la festividad; y a las fiestas asistimos con alegría, placer y entusiasmo, sino nuestra presencia en esos espacios no tendría ningún sentido útil. Nadie va a una fiesta a llorar de tristeza o a promover la discordia. Todos vamos con amor y deseos de dar y recibir alegría. Esto es lo que pretenden hoy todos los responsables de este bello proyecto de la Escuela de Formación Docente, a través de su Departamento de Educación Secundaria.
En griego, la palabra entusiasmo significa llevar un Dios por dentro, y de cierto, todos lo llevamos. Y debemos aprovechar estos espacios para liberarlo y dejarlo salir a caminar con alegría por las alamedas de la creatividad; que al fin y al cabo, la creación es la tarea de los dioses. Si esto logramos, la educación es entonces lo que ella debe ser: un acto de amor. De ahí en adelante, tanto alumnos como educadores dejamos de pintar rosas rojas con tallos verdes, y nos atrevemos a colorear el mundo con las tonalidades de los amaneceres y de los atardeceres; única forma de descubrir las estrellas.
En mis años de maestro y de estudioso de la Pedagogía, he llegado a comprender que el más grande de todos los pedagogos de la Humanidad, es el Principito; porque él mejor que ninguno nos hace descubrir cada vez que lo leemos, que los cambios del Universo no significarían nada si nosotros mismos no cambiamos permanentemente. Este es el principal de los retos para todo educador que sienta la necesidad de trascender y de resignificar su mundo.
Hoy aquí, Ustedes están demostrando esto que yo digo, porque una lámina diferente, un poema, un cartel, una diapositiva, una canción, una pantalla alegre y sabia, un collage, una dramatización o una grabación de voz, entre infinidad de probabilidades y posibilidades, sólo son muestras de la inmensidad que los educadores debemos y podemos recorrer para transformar el aula, la escuela, el colegio o la calle del barrio, en un mundo de opciones para la libertad del espíritu y la mente. ¡Muchas gracias a todos!
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