La Apatía en las Carreras de
Formación Docente
Claudio Monge Pereira
La carta – ensayo que comparto, me la hizo llegar una estudiante de nuestra Escuela de Formación Docente; siendo yo su Director. Por estimarla documento muy profundo y serio, tomé la decisión de leerla en una de nuestras Asambleas mensuales. La reacción que yo deseaba provocar à una reflexión con la mano en el corazón y autocrítica ß ni siquiera pasó por la esquina. Al contrario, se escucharon voces – vociferadoras – devoradoras exigiendo – me, que revelara el nombre de la estudiante que había osado rascarse en el mismo árbol donde el felino suele matarse sus pulgas.
Me salió el tiro por la culata y sólo logré exacerbar más el odio hacia mí, de parte de aquellas figuritas humanas cuya vista se quedó anclada en el árbol más raquítico del Bosque Anchuroso; por lo que se han perdido sus Maravillosas Manifestaciones. Ni siquiera las personas que en su corazón compartían lo expresado por nuestra estudiante, se atrevieron a decir esta boca es mía y sabe hablar. Yo dejé el documento en los archivos de nuestra Escuela…quizá algún día sea profético.
He aquí la carta que recibí como Director de una Escuela Universitaria, a quienes los estudiantes le tenían confianza y fe:
“Realmente no soy una persona a la que se le facilite hacer ensayos, existirán otros que tienen más facilidad de palabra que yo para escribir, pero quiero decir ciertas cosas que me ahogan en el diario vivir en la universidad.
Para contar mi historia necesito devolverme unos años atrás, en el año de mil novecientos noventa y siete fue cuando entré a la gran y maravillosa UCR. Me sentía muy orgullosa por ser parte de esta institución de gran prestigio, esto lo fortalecía cada día con los comentarios de mis profesores y amistades, ya que muchos de mis compañeros del colegio no pudieron entrar.
No sabía por qué carrera decidirme, pero tenía que ser alguna donde me relacionara con las personas, sean niños, jóvenes o adultos.
Como cualquier estudiante de primer ingreso, no sabía el teje y maneje de los papeleos diarios, pero eso no me importaba, estaba tan entusiasmada que cualquier inconveniente lo podría superar.
Durante la escuela y los años en el colegio fui muy buena alumna a pesar de la muerte de mi mamá. Me esmeraba en ser la mejor, en satisfacer mis conocimientos antes que mi ego.
El primer año en la U fue grandioso: compañeros, profesores, todo; no existía ni una sola queja dentro de mí, aprendía cada día, todo era nuevo y motivante, pero ese mismo año murió la persona que más amaba, mi papá. Todo cambió a partir de ese día, pero como no estábamos hablando de este hecho seguiré con mi relato; al año siguiente tuve que dejar de estudiar, algo que marcó en dos formas mi vida: una negativa pues era la primera vez que lo hacía, y sentía cómo que faltaba algo dentro de mí, la parte positiva me enseñó a valorar lo que tenía, y que no solamente era útil en el estudio sino también en el trabajo, me enseñó a madurar un poco más.
Cuando regresé al año siguiente todo había cambiado, mis compañeros ya estaban más adelantados, gente nueva, ¡ me sentía tan frustrada ! Continué, conocí a las personas, a cada una de ellas, y de ahí pude tomar unas verdaderas amistades, que en este momento me acompañan y me apoyan al igual que yo a ellas.
Cuando llegué a la Práctica Docente hice lo mejor que pude y realmente me siento satisfecha, en algunos momentos dudé de mi vocación pero me di cuenta que sí era lo que yo quería estudiar.
Ahora estoy tan desmotivada, no por la profesión sino por los estudios: cada semestre es lo mismo, nada cambia, ni los contenidos ni la metodología: expongamos bonito y así pasamos, como si en las aulas fuera eso simple y sencillamente. Y por más que hablemos o mejor dicho, nos quejemos, no hay ningún cambio, pareciera como si de por medio existieran intereses personales.
Lo que más me decepciona es tanto el renombre de la calidad educativa, que para mí sólo se queda ahí, no se forman seres humanos integrales, cada quien sobrevive sin importar lo que le suceda a los demás, solo importa el YO.
Se habla de una enseñanza constructivista, cuando esta queda en la puerta del aula y no se involucra en la lección, se forma con el ejemplo, que dicho sea de paso, perdió el curso por ausencias. Cómo queremos ser parte productiva y formadora de la sociedad cuando se nos trata como cualquier cosa y no se nos da la oportunidad.
Esperan que hagamos de nuestras lecciones una clase viva, interesante, cuando ellos no se arriesgan a cambiar y viven una monotonía de la que no quieren despertar.
A lo que vamos a llegar es a matar esa pasión por enseñar, por vivir aprendiendo, por hacer lo mejor en todo y conformarnos con lo que sea.
He buscado la manera de revivir ese deseo de aprender: estudio en otros lugares donde de verdad me siento yo, una persona sedienta por conocer. No estoy dispuesta a ceder ese sentimiento, y aunque no estoy muy satisfecha aquí, no me voy a rendir tan fácil, sé que llevará tiempo, pero lo lograré”.
Y al finalizar su lectura yo pregunté:
Ustedes, Maestras y Maestros: ¿Qué opinan al respecto?, ¿Pueden opinar?, ¿Existe algún impedimento para poder expresar con absoluta confianza sus ideas?, ¿Existe libertad de expresión real, pura y sin temores, en los cursos que se imparten en nuestra Escuela formadora de educadoras y educadores?, ¿Es Usted un “Rebelde Domesticado”?
Rebeldes Domesticados
Antony de Mello
(Indú: sacerdote católico jesuita)
“ Era un tipo difícil. Pensaba y actuaba de distinto modo que el resto de nosotros. Todo lo cuestionaba. ¿Era un rebelde, o un profeta, o un psicópata, o un héroe? , “¿Quién puede establecer la diferencia?”, nos decíamos. “Y en último término, ¿A quién le importa?”
De manera que lo socializamos. Le enseñamos a ser sensible a la opinión pública y a los sentimientos de los demás. Conseguimos conformarlo. Hicimos de él una persona con la que se convivía a gusto, perfectamente adaptada. En realidad, lo que hicimos fue enseñarle a vivir de acuerdo con nuestras expectativas. Lo habíamos hecho manejable y dócil. Le dijimos que había aprendido a controlarse a sí mismo y lo felicitamos por haberlo conseguido. Y él mismo empezó a felicitarse también por ello. No podía ver que éramos nosotros quienes lo habíamos conquistado a él.
“Un individuo enorme entró en la abarrotada habitación y gritó: “¿Hay aquí un tipo llamado Magisterio ?(**)” . Se levantó un hombrecillo y dijo: “Yo soy Magisterio”.
El inmenso individuo casi lo mata. Le rompió cinco costillas, le partió la nariz, le puso los ojos morados y lo dejó hecho un guiñapo en el suelo. Después salió taconeando fuertemente el piso.
Una vez que se hubo marchado, vimos con asombro cómo el hombrecillo se reía entre dientes y sangre:
“¡Cómo he engañado a ese gigantón! “, dijo suavemente.
“¡Yo no soy Magisterio ! ¡Ja, ja, ja!”
Piensa Magisterio:
Una sociedad que domestique a los diferentes, habrá conquistado su paz, pero habrá perdido también su libertad y su futuro.
(**) En el original “Murphy”. Lo de Magisterio es una ocurrencia mía.
Piensa Magisterio:
Una sociedad que domestique a los diferentes, habrá conquistado su paz, pero habrá perdido también su libertad y su futuro.
(**) En el original “Murphy”. Lo de Magisterio es una ocurrencia mía.
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